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miércoles, 9 de marzo de 2011

Una Sultana Más

 La noche se desarrolló como de costumbre; tenía que disimular. Por la mañana temprano, en nuestro avión particular fui llevada a Europa. Era un viaje como todos los meses: iba de compras.
Una semana antes, llegó una sirvienta nueva. Nadie preguntó porque todo el mundo sabía. Ella pensaba que era afortunada; venía de un pueblo cercano sin muchas posibilidades. Como equipaje tan solo traía su belleza y su juventud. Yo le auguré poco tiempo y mucha desdicha.
Después de llegar al aeropuerto, el piloto dejó mis maletas en un carrito y quedé sola. Me quité la ropa que traía y la cambié por la europea que tenía preparada y llamé a mi amante. Se presentó al cabo de una hora. Fue una hora de tránsito. Repasé mi vida anterior, el viaje, y observé la mujer que esperaba a su enamorado. Él no sabía cuando iba a presentarme, yo tampoco sabía si mi marido accedería al final a dejarme salir el día programado.
Desde allí Hans quería ir al hotel, como cada vez durante los trece meses anteriores, pero hoy era distinto, yo quería ir al zoo, deseaba ver el aspecto de animales encerrados en jaulas para disfrute de sus carceleros. Mi amante no lo entendió pero aceptó y me dejó mi espacio. Paseé sola entre las jaulas. Algunos estaban en una fingida independencia, parecía que tenían de todo en su encierro; agua, aire puro para respirar, sitio al sol, árboles... pero si te fijabas, tenían una pequeña valla, que se anunciaba electrificada, que cada vez que la rozaban, les recordaba que ahí se acababa su libertad. Tenían la cara triste, se movían lentamente, ni siquiera se miraban entre machos y hembras. Todos con el mismo destino: vivir en esa cárcel. Ahí descubrí seres que tenían menos libertad que yo todavía.
Hans me seguía a distancia para no molestarme en mi paseo. Noté como se iba alejando de mí, o fui yo la que se iba retirando, no sé, pero al cabo de un rato le perdí de vista. Después de dar toda la vuelta al recinto, le distinguí en la puerta. Me estaba esperando con algo de comida. Pero le observé despidiéndose de mi piloto. Eso fue lo que me animó a tomar la decisión, tantas veces pensada. Nunca había tenido el valor de hacerlo, pero la visión de otro engaño, el último, fue definitiva.
Con mucha dificultad salí sin que me viera. Había roto el único lazo con mi destino, había ganado mi derecho a la libertad.

Virtudess

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