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miércoles, 21 de septiembre de 2011

El lugar del Maestro


Me llamo Enora y soy la mujer del Hombre del Tiempo. Tengo una estatura media, ojos oscuros y cabellos blancos prematuramente. Mi marido se llama Segundo y a veces se lo llevan a algún nuevo fortín o cuidad conquistada y se pasa meses trabajando allí: intentando predecir el tiempo, instalando relojes de sol y enseñando a los hombres elegidos para esa tarea, la medida del tiempo y el funcionamiento de las máquinas básicas para ese trabajo.
Mi amiga Piela es muy mujer, no tiene la apariencia de adolescente que tengo yo. Carnes blancas y generosas cubiertas por un pelo excesivamente largo y negro. Una silueta que puedes adivinar desde lejos. Es la mujer de Curtino, un batanero que suele volver a casa cada dos lunas y siempre con un olor muy desagradable, pero como él dice: es lo que nos da de comer.
Ramasi es la más abierta y la más joven de las tres. Igual va de largo que de corto. Todo le está permitido. Tiene una personalidad arrolladora. Ayuda a su marido Medero en la carpintería, solo por estar al día de las cosas que suceden en la ciudad. Las vecinas le comentan lo sucedido para que ella lo transmita a las demás personas. Se pasa más tiempo en la puerta de la carpintería que haciendo algún trabajo dentro. Habla con cualquiera que pase por el taller y los clientes vuelven y traen amigos, con lo que su marido, casi prefiere que esté en la puerta que dentro. Para cobrar es justa; si el mueble está bien hecho, y dependiendo del cliente, saca buenas monedas del trabajo de Medero y sus aprendices. Pasada media mañana se sube a la vivienda y ya no baja.
Las tardes son para nosotras. Nos solemos juntar en mi casa. Teóricamente a remendar ropa, pero hay prendas que tardan mucho tiempo en salir de aquí.
Hoy Ramasi ha empezado a preguntarnos si nos ayudamos con algún artilugio en nuestra vida íntima. No nos ha dado tempo a contestar, nos ha contado que ha empezado a usar una estatua de madera de pino, del maestro de su marido, que éste le regaló al principio de su relación, y que hasta hace poco no le había encontrado utilidad. Tiene la longitud de la mano y consiste en un hombre, algo curvado, con las orejas y la nariz exageradas, que le abultan mucho la capucha. Lleva una capa con pliegues y en la base unos pies muy grandes, y entre el final de la capa y estos, se mantiene de pie y en su sitio sin esfuerzo.  Nos ha contado cómo en una tarde que no pudimos juntarnos, y echando la culpa de su soledad al trabajo de su marido, vio la estatua de su maestro, en un lugar predominante, sobre la chimenea y tratando de castigarle, le cogió con la mano y al apretarle, percibió cierta forma conocida. Pensó que no le haría daño experimentarlo y ungiendo al maestro con aceite de oliva lo probó como sustituto de su marido. Lubricado como estaba, se oscureció un poco acercándose más al color verdadero.
El éxito fue total. Por fin se hacía cuando y como ella deseaba, con la velocidad adecuada en cada momento y con la profundidad exacta. Después no tenía que hacer nada mas cambio. Era perfecto. Pero claro, mezclándolo con el alumno de su también y desde ahora nuevo maestro. Realmente el maestro era más sabio que su marido.
Nos quedamos sin saber qué decir, pero como lo explicó con tanta naturalidad, parecía que éramos nosotras las que estábamos atrasadas de los adelantos modernos. No obstante quedamos en hacer pruebas cada una en nuestro campo.
Piela dijo que el cuero sería difícil trabajarlo para conseguir una textura similar. Quizás sería más fácil lograr un fracaso en la cama que un éxito, pero que lo intentaría. Yo creo que no quería ni intentarlo, porque su marido es un pesado en ambos sentidos y ya tiene bastante, como para recrearlo cuando no está...
Como Piela no volvió a decir nada, una luna después les conté mi experiencia, cuando ya estaba suficientemente probada, claro.
Les conté que encontré una figura similar a la de Ramasi, pero de piedra, de un color verde que me desconcentraba. Pero observé que dejándolo cerca de la lumbre adquiría una temperatura ideal. Lo tomé como un buen principio de éxito. Segundo utiliza muchos artilugios de vidrio. Unos largos, otros cortos, pero tiene una especie de tubo para medir la cantidad de agua de lluvia, que tiene unas protuberancias, indicando las medidas, que tiene cierto futuro. El problema es que me he acostumbrado a las cosas calientes y las frías tengo que calentarlas. Hasta que descubrí que se podía llenar de agua caliente y tapar el extremo con un corcho. Después de esto, había logrado tener el tiempo deseado del Hombre del Tiempo, al que siempre le faltaba tiempo.
Virtudess

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