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sábado, 1 de diciembre de 2012

Vestidura talar y abrazo



Te veía al otro lado de la cama, te adivinaba libre. Estabas aflojada, disfrutando, descansada, con el rostro ahora encajado. 

No se dibujaba, esculpía, en tu rostro la violencia de hace un momento, mientras me cabalgabas airosa, mandando, ordenando mis placeres, lo que debía hacer, lo que debía sentir, ribeteado de gritos y suspiros, roces descontrolados, presiones gigantescas… para acabar en un suspiro profundo, cuyas réplicas me hicieron abandonarme y llegar donde nunca había llegado un ser mortal como yo, con una diosa.

Relajada, tú dormías. Excitado, yo soñaba. Creaba nuestros próximos viajes. A  Ciudad Disipada, a la Colina de la Libido, a Tierra de Placeres, a Señorío de Pasión y Fuego…
Tú sabías qué iba a pasar mañana, yo soñaba qué no iba a pasar mañana.

Las primeras claridades del alba me despertaron de mi sueño, y vi la túnica y tu cilicio.

VIRtudess

jueves, 11 de octubre de 2012

Las protestas de Mrs. Pi



¿Porqué he sido educada en un colegio donde solo había niñas?, cuando en la vida real hay también niños y hombres, algunos malos, sí, pero la mayoría buenos, ahora juzgo a todos por lo que me dijeron que seguramente me pasaría, si no les hacía caso.

Solo me hablaron del peligro de los hombres, como ellas no los conocían ni los podían tener, nos segaron a nosotras la posibilidad  de tenerlos, conocerlos, amarlos y odiarlos, cuando fuera preciso. Pasamos de no conocerlos a odiarlos.

Entonces no me dijeron que existía una libertad, que yo podría ser capaz de disfrutarla, como hacen ellos, que viven felices y solo buscan esa libertad de la que todos y todas hablamos, pero para ellos es un sueño a conseguir,
Para nosotras una quimera que nunca conseguiremos.

Las monjas con sus charlas de vida, sin estar en el mundo, lo que dice la religión, lo que se supone que tenemos que hacer.

Hemos perdido de vista y odiamos a la mitad de la humanidad, con la que ahora tenemos que vivir y relacionarnos, pero siempre pensando que nunca van a se buenos, siempre nos van a engañar, para quedarse con nuestra virtud.

Lo que piensen los demás, el qué dirán, es otra barrera de esclavitud, seguro que a los hombres nunca les dijeron lo que tenían que sentir, por donde tenían que caminar, ni que las mujeres éramos su enemigo, a ellos, les dejaron la posibilidad de elegir, de conocer mujeres buenas y malas, según su criterio, no como a nosotras, que solo conocemos a una clase de hombres: los malos. Todos son iguales.

Ahora mediada mi vida, me cuesta salir de esas barreras que me han estado poniendo desde siempre, la sociedad, las religiosas, seguras en sus conventos y mi madre.

Ahora quiero conocer realmente a los hombres, a todos; quiero conocer a los malos, los que no merecen mi cariño; a los regulares, con los que hay que andar con pies de plomo; pero sobre todo quiero conocer a los buenos. Son una mayoría que se siente rechazada solo por ser hombres, por pertenecer a esa raza maldita masculina, que sin saber porqué tienen el estigma de la maldad adosado a su ser aunque no quieran.

Quiero salir a la calle y mirar de frente al mundo, hacer lo que crea que tengo que hacer, pero por mí misma, no lo que me dijeron que tenía que hacer y sentir. No me importa lo que piensen los y las demás. Quiero hacer lo que crea que es mejor para mí y no sentirme juzgada por una sociedad, o igual de limitada que yo, o falsa, que dice que no, a una cosa en público y la hace en privado.

Quiero ser libre como la otra mitad de la humanidad, quiero tener la oportunidad de equivocarme, y sufrir por mis errores y mi falta de experiencia.

VIRtudess

miércoles, 14 de marzo de 2012

Panadería Rosa y Blanca




El repartidor de la bollería, dice que antes de las ocho menos cuarto está allí, pero nunca es cierto. Siempre llega a las menos diez y a Rosa le toca correr porque a las menos cinco pasan las primeras madres, que con la hora justa, quieren comprar bollos para su prole.

Blanca ha abierto a las siete, y ha vendido sus primeras barras de pan a la clase obrera y a amas de casa madrugadoras, que luego quieren tener tiempo para ellas y empiezan con la tarea pronto. Después de estas primeras ventas, la cosa decae hasta las nueve y media, cuando vienen las que bajan del mercado, y a partir de las diez es la hora más viva.

Cuando pusieron la panadería, Rosa empezó a jugar con su ropa y comprobó que cada día pasaban más estudiantes por el comercio. Chicos en su mayoría, que venían a ver el nuevo modelo que llevaba. De boca grande y adornada con pendientes largos, y cabellos de un rubio artificial y desteñido, sabe reír y bromear. Se deja querer y desear, sin provocar, pero consintiendo miradas tórridas e intenta ocultar un rubor que nunca aparece, hasta el punto de que algunas chicas vienen a comprobar que no es para tanto lo que dicen los chicos. Además son mujeres muy mayores para ser competencia suya.

Blanca empezó a ver nuevas posibilidades cuando un día se le ocurrió dejarse un par de botones sin abrochar y la cola de chicas que querían sus bocadillos, creció proporcional a su escote. Blanca tiene ojos de gata, boca de piñón y caderas de  barca, que casi siempre ciñe con vaqueros o pantalones ajustados, que hacen resaltar aun más la contundencia de sus proporciones entre cintura y caderas. Sobre la ropa de color negro, destaca la piel blanquecina de la cara, del pecho, y desde aquel día, el aparentemente descuidado e interminable escote.

Entre ellas hablan, porque según dicen son distintas, de la hendidura que suele llevar Blanca, por su poco pecho y de la abertura profunda y exuberante de Rosa, que aunque de más edad, se conserva bien para haber tenido dos niñas y un marido demasiado atlético y estricto.

Las dos socias se hacen señas entre ellas e intercambian miraditas y risillas, al parecer inocentes. Cuando se quedan solas comentan algunos gestos, pero la mayoría son solo una manera de crear intrigas, entre la clientela del instituto a la hora del recreo. Seguras de que después, mientras devoran los bocadillos por la calle de vuelta al centro, el alumnado confirma sus sospechas y acertadas conjeturas, que habían imaginado de las dos mujeres.

En algunas ocasiones, las chicas llegan a una familiaridad inexplicable, fuera de una consulta profesional. Ellas nunca profundizan, porque no saben exactamente qué contestar a una juventud que no han vivido.

Por la tarde la panadería, sin alumnado ni compras, y quizás también por la persona que atiende o desatiende, según la ocasión, apenas tiene ventas.

Blanca que en realidad se llama Modesta, sale una hora antes, se va a las dos. Vuelve a su casa. Algunos días su abuelo no se ha hecho con su mujer y la abuela sin demasiada conciencia, se ha puesto a hacer la comida encendiendo el fuego antes de tener nada en la olla y después de una hora en el fuego, la cazuela ha cambiado de color, y el olor a plástico quemado de las asas, invade la cocina y parte de las escaleras comunitarias. Otros, el pobre hombre se queda dormido, y su mujer, para dejarlo descansar, ha cerrado la puerta con llave y se ha pasado toda la mañana esperando a Blanca en el portal, en bata y con las llaves en la mano. Cada día es una sorpresa distinta, que solo ella recibe al llegar al hogar.                                                                          

Rosa, es decir Joaquina, ha perdido un marido y conserva una madre de siete años desde que ella recuerda. La vida por la tarde pasa a ser de explicaciones y de interminable y repetitiva enseñanza, sin posibilidad por el momento, de cambio.

Las dos comentan que el pan les da la vida.
Virtudess

jueves, 12 de enero de 2012

Cruce de Caminos

La conocí en una reunión heterogénea, de esas de invierno en la que se apuntan parejas amigas de tus amigos que no conoces y que al final, con la frescura del momento y sin lastres de errores pasados, acaba todo el mundo como un grupo de amigos y amigas de toda la vida. Enseguida congeniamos. Ella era una mujer recién casada, morena, de pelo corto y brillante, menuda de cuerpo e interesante de alma. Yo algo más joven, algo más alta y algo más indefinida que ella. Hablamos de lo trivial, del tiempo, de qué hacíamos allí, de los hombres y luego de nosotras. ¡Dónde habíamos estado tanto tiempo, con lo que teníamos que contarnos...!

Tenía una voz peculiar; más aguda cuando se exaltaba y hablaba en voz alta, sobre todo con las demás y más grave y cálida en las confidencias. Según me dijo, yo le aportaba una tranquilidad y confianza que no tenía en su entorno de trabajo, ni con sus amistades del pueblo donde vivía. Como se conocían todas las familias, todo era aparentar y ocultar para no ser despellejada en la plaza pública. A mi no me conocía y el que yo viviera en una capital cercana, me hacía idónea para sus confidencias.

Después de varios ratos arrancados a la jornada, con más bromas que tiempo, nos visitó la noche. Decidimos que dormiríamos juntas en aquel gran salón salpicado de parejas; unas consolidadas, otras frescas, del día. Finalizadas las últimas ansias de las antiguas y los posteriores movimientos ahogados de las nuevas, quedábamos nosotras.

Por ser las dos muy frioleras nos pusimos cerca del fuego, en una especie de baúl muy largo donde solo cabíamos la una pegada a la otra. Allí no molestábamos a nadie con nuestra charla, queda pero intensa. Me habló de su marido, y de algún amigo cercano a la familia. En sus palabras descubrí un alma más generosa que la mía y a la que intentar imitar. Yo le hablé de mis primeras dudas y de mi vida actual. Hablamos y nos quedamos enganchadas en la confianza de las confidencias. Entre las intimidades que fuimos compartiendo, me contó que aunque a ella le gustaban los hombres, siempre le había llamado la atención el hacer una equis, como ella lo llamó, con otra mujer. Al principio nos reímos al imaginar dos mujeres en esa posición, luego cambiamos algo el gesto al imaginarnos a nosotras.

Continuamos hablando de otros temas, pero creo que las dos seguíamos con la letra en la cabeza, y en mi caso empecé a sentir los efectos en mi cuerpo. Cuando decidimos dormirnos, o esa fue la disculpa, como no cabíamos a lo ancho y la superficie era suficiente para dormir con los pies juntos, nos colocamos una a continuación de la otra. La manta no daba de larga, con lo que empezamos a doblar las piernas y a tratar de acoplarnos para aprovechar la mayor cantidad de abrigo posible. Una pierna encima, pesaba mucho, debajo se aplastaba. Tuvimos que encajarnos lo mejor posible. Para poder movernos, entre risitas, nos cogimos de las manos y tirábamos una de la otra. De la risa pasamos al silencio consciente.

Pasado un rato de estar perfectamente ensambladas, empecé a notar un calor agradable entre mis piernas y me moví buscando mayor contacto. Al principio era solo adaptación a otro cuerpo, con el que tenía toda la camaradería de una noche de confesiones y secretos compartidos, luego complicidad, después un amor dosificado y al final una búsqueda salvaje y descontrolada de goce sin reservas ni contraprestaciones. Nos acercamos, nos arrancamos y ofrendamos placer, unas veces egoísta otras altruista, siempre generoso. No sé las veces que duró aquello, pero cuando nos íbamos a dormir era casi la hora de levantarse, solo tuvimos algún duermevela para saborear y dejar hacer al hedonismo, para oír el silencio y el último crepitar de la leña.

El día siguiente fue raro. Verla otra vez allí entre la gente y saber que teníamos ese secreto entre las dos, me mantuvo en un estado de excitación íntima y creo que compartida. Nuestra unión fue el culmen a unas confidencias, el sello y disfrute de una libertad inherente al ser humano.

No nos hemos vuelto a ver con tiempo de charlar un rato, pero hoy, después de quince años, hemos estado hablando. Ojalá me llame, aunque no sé para qué, bueno, sí lo sé.


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