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jueves, 12 de enero de 2012

Cruce de Caminos

La conocí en una reunión heterogénea, de esas de invierno en la que se apuntan parejas amigas de tus amigos que no conoces y que al final, con la frescura del momento y sin lastres de errores pasados, acaba todo el mundo como un grupo de amigos y amigas de toda la vida. Enseguida congeniamos. Ella era una mujer recién casada, morena, de pelo corto y brillante, menuda de cuerpo e interesante de alma. Yo algo más joven, algo más alta y algo más indefinida que ella. Hablamos de lo trivial, del tiempo, de qué hacíamos allí, de los hombres y luego de nosotras. ¡Dónde habíamos estado tanto tiempo, con lo que teníamos que contarnos...!

Tenía una voz peculiar; más aguda cuando se exaltaba y hablaba en voz alta, sobre todo con las demás y más grave y cálida en las confidencias. Según me dijo, yo le aportaba una tranquilidad y confianza que no tenía en su entorno de trabajo, ni con sus amistades del pueblo donde vivía. Como se conocían todas las familias, todo era aparentar y ocultar para no ser despellejada en la plaza pública. A mi no me conocía y el que yo viviera en una capital cercana, me hacía idónea para sus confidencias.

Después de varios ratos arrancados a la jornada, con más bromas que tiempo, nos visitó la noche. Decidimos que dormiríamos juntas en aquel gran salón salpicado de parejas; unas consolidadas, otras frescas, del día. Finalizadas las últimas ansias de las antiguas y los posteriores movimientos ahogados de las nuevas, quedábamos nosotras.

Por ser las dos muy frioleras nos pusimos cerca del fuego, en una especie de baúl muy largo donde solo cabíamos la una pegada a la otra. Allí no molestábamos a nadie con nuestra charla, queda pero intensa. Me habló de su marido, y de algún amigo cercano a la familia. En sus palabras descubrí un alma más generosa que la mía y a la que intentar imitar. Yo le hablé de mis primeras dudas y de mi vida actual. Hablamos y nos quedamos enganchadas en la confianza de las confidencias. Entre las intimidades que fuimos compartiendo, me contó que aunque a ella le gustaban los hombres, siempre le había llamado la atención el hacer una equis, como ella lo llamó, con otra mujer. Al principio nos reímos al imaginar dos mujeres en esa posición, luego cambiamos algo el gesto al imaginarnos a nosotras.

Continuamos hablando de otros temas, pero creo que las dos seguíamos con la letra en la cabeza, y en mi caso empecé a sentir los efectos en mi cuerpo. Cuando decidimos dormirnos, o esa fue la disculpa, como no cabíamos a lo ancho y la superficie era suficiente para dormir con los pies juntos, nos colocamos una a continuación de la otra. La manta no daba de larga, con lo que empezamos a doblar las piernas y a tratar de acoplarnos para aprovechar la mayor cantidad de abrigo posible. Una pierna encima, pesaba mucho, debajo se aplastaba. Tuvimos que encajarnos lo mejor posible. Para poder movernos, entre risitas, nos cogimos de las manos y tirábamos una de la otra. De la risa pasamos al silencio consciente.

Pasado un rato de estar perfectamente ensambladas, empecé a notar un calor agradable entre mis piernas y me moví buscando mayor contacto. Al principio era solo adaptación a otro cuerpo, con el que tenía toda la camaradería de una noche de confesiones y secretos compartidos, luego complicidad, después un amor dosificado y al final una búsqueda salvaje y descontrolada de goce sin reservas ni contraprestaciones. Nos acercamos, nos arrancamos y ofrendamos placer, unas veces egoísta otras altruista, siempre generoso. No sé las veces que duró aquello, pero cuando nos íbamos a dormir era casi la hora de levantarse, solo tuvimos algún duermevela para saborear y dejar hacer al hedonismo, para oír el silencio y el último crepitar de la leña.

El día siguiente fue raro. Verla otra vez allí entre la gente y saber que teníamos ese secreto entre las dos, me mantuvo en un estado de excitación íntima y creo que compartida. Nuestra unión fue el culmen a unas confidencias, el sello y disfrute de una libertad inherente al ser humano.

No nos hemos vuelto a ver con tiempo de charlar un rato, pero hoy, después de quince años, hemos estado hablando. Ojalá me llame, aunque no sé para qué, bueno, sí lo sé.


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