Mi amigo
Príncipe Alí, ni es príncipe, ni se llama Alí, pero lo otro sí. Le conocí en la
playa por accidente, no dejaba de mirarme, pero era una mirada distinta de la de
los otros que miraban mi cuerpo semidesnudo. A pesar de no ser muy exuberante,
reconozco que mis volúmenes son suficientes, y que sabiendo usar bien las
cosas, no hay que tener más. Creo que el ser conocedora de mis posibilidades, y
el sentirme segura de mis habilidades se nota. No es fantasmear, es realidad, y
como cuando quiero lo demuestro, me siento muy segura de lo que tengo, y creo
que lo transmito.
Decía que Alí
me sostenía la mirada sin ninguna agresividad, era confortable, a pesar de no
conocerle de nada. No me hacía sentir incómoda, al contrario, lo sentía como un
halago. A pesar de que estaba acompañado, por una mujer, que por la edad,
imaginé que sería su esposa. Allí estaba yo, como tantos días en la playa,
provocando con mi cuerpo y a veces con la mirada. No lo hago con intención, lo
considero un juego, una forma de divertirme y relacionarme. Alí pasó por mi
lado, y con toda la naturalidad del mundo me dijo: voy a tomar algo ¿te vienes?
y siguió andando sin volverse. Había entrado en mi juego, quiero decir, yo en
el suyo, porque un hombre mayor que yo, y acompañado, nunca hubiera sido el
blanco de mis juegos. Al minuto le seguí, y nos saludamos en la barra como dos
viejos amigos que se vuelven a encontrar. Se presentó, me presenté, y con los primeros
sorbos, comencé a confiar en él.
En la cama
resultó ser experto. Sabía hacerme desearle, luego se paraba, comenzaba de
nuevo, y yo que llevaba medio camino andado, me desesperaba y le urgía. En esos
momentos volvía a empezar. Hasta que entendí su velocidad, le arranqué momentos
salvajes de éxtasis solo para mí. Llegué a pensar… soy como el típico macho
egoísta…
Pero él no
decía nada, solo me miraba, me volvía a excitar, y otra vez lo mismo. Cuando
aprendí su savoir faire, fue el
primer hombre que vi disfrutar como una mujer, con esas pequeñas contracciones.
Menos en número, pero más intensas. No solo una vez, como la mayoría de los
hombres con los que había estado hasta entonces.
Me adora, se
ha enamorado de mí de forma obsesiva. Y aunque sigue casado, sé que nunca
dejará a su mujer. No por cobardía, sino porque sus leyes le impedirían casarse
conmigo, aunque creo que seguiré siendo su amante toda la vida. Esa forma de
deseo, de mirarme día tras día, que noto que no se apaga, al contrario, cada
día le veo más enamorado… Pero por ser fiel a sus códigos, nunca podremos
disfrutar; él de libertad, y yo de absoluta entrega. Una parte de él siempre
será prisionera de sus leyes.
VIRtudess